lunes, 9 de julio de 2007

“…esos ociosos montañistas”

Escuchar la misma canción una y mil veces nos saca de nuestras casillas tarde o temprano, el reino de la mismidad se vuelve reprochable, indigno, intolerable. Habitar en la rutina parece un masivo castigo contra el ser y su innata desmesura.

Alguna vez escuche que el ser humano no podía vivir sin una pasión, y creí en ello. Luego del mecánico quehacer diario, me di tiempo para pensar en otra cosa, y deleitarme con algo más que con la monótona imagen de la televisión o el sonido de la radio.

Con algo de suerte conocí el hermoso mundo del montañismo, una disciplina notable que poco a poco ha ido cambiando la cotidianeidad de mi vida urbana y rutinaria.


Mi tiempo libre se llama montaña, ocio o como quieran llamarlo, en ella es posible re inventarse una y otra vez, quizás, una condición natural de los hombres que en muchos permanece reprimida.


Ascender es trascender, y no como un personaje, sino, en lo intimo de nuestras propias vidas. Es la voz del ocio, el llamado vivo de la montaña, la acción de actuar sobre nuestro destino.


En la vida es absolutamente necesario detenerse y contemplar, disfrutar de la naturaleza y los grandes espacios. La montaña es mi balcón preferido, el mirador mas adecuado para observar el mundo sin salir de el.
Nieve, frió, viento, puestas de sol y lugares de ensueño. Son los sabores y sin sabores de marchar con una mochila a cuestas para alcanzar un sueño o lograr un objetivo. Convivir con el riesgo, doblegar la inmovilidad.

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