lunes, 19 de septiembre de 2011

Exploración Dieciochera: Secretos del Cofré

Si el clima acompañaba cambiaríamos la chicha y las empanadas por montaña y así lo hicimos. Sin un plan claro iniciamos el viaje con rumbo sur, trayecto que se detuvo abruptamente cuando pasamos por el sector conocido como Portezuelo Cofré. Las bellas montañas de la zona no eran un misterio, pero ¡bingo! visualizamos un acceso “digno” por el bosque, hecho que en cosa de minutos nos tuvo dando nuestros primeros pasos hacia la montaña que bautizaríamos como “Cerro 18”.

Será rápido, fácil y en un par de horitas estaremos fuera del límite de la vegetación…” ¡error!, subestimar el bosque en estas latitudes no es una buena alternativa, y lo que parecía un trámite breve terminó por demandarnos 3 horas y ½ de nieve blanda, troncos, ramas y mucha humedad. Entre tallas, divagaciones y aguante finalmente dejamos el bosque atrás.

El último tramo antes de alcanzar un buen lugar para levantar nuestro campamento fue de ramplas de nieve aceptable, lo que sumado al bello panorama de montañas que se ha abría ante nuestros ojos se transformo en un aliciente y una motivación extra. A eso de las 17:30 nos detuvimos sobre una repisa que se convertiría en nuestro hogar.

Luego de realizar las labores propias de un campamento invernal (palear, asegurar la carpa, hacer agua, cocinar, etc.) había llegado la hora de descansar. Este hermoso rincón de la Patagonia nos regalaba un atardecer de “aquellos”, sin viento ni nubes en el horizonte, una recompensa invaluable para dos intrusos que disfrutaban de un lugar posiblemente, nada o muy poco explorado.

Iniciamos la marcha a las 07:00. Algo de viento, frío y cielos despejados, un lujo. Remontamos una ladera nevada y en pocos minutos tuvimos frente a nuestros ojos un sistema montañoso donde destacaban diversas cumbres. Decidimos ir por la que intuíamos era la más alta, y desde donde sabíamos, la vista podría ser impagable. Entre subidas, bajadas y “raqueteos” varios nos fuimos acercando.


Nos movimos rápidos y constantes, animados, cada uno comulgando con su mundo interior. “Patagonia, donde el buen clima es tan preciado y raro como el agua en el desierto. Con rápidos cambios de clima y vientos que muchas veces superan lo aguantable, allí no se sabe si la práctica del andinismo es una gran estupidez o un acto supremo de pasión”.

En poco menos de tres horas alcanzamos la hermosa meseta cumbrera. En una mañana privilegiada nos instalamos en la desconocida cima que cumplía nuestras expectativas con creces. Bajo un intenso cielo azul los andes australes se mostraban en toda su expresión, al tiempo que nuestra vista se perdía en la inmensidad casi angustiante que ofrecen estas latitudes.


Una vez más comprobábamos que es allá arriba donde nuestra existencia se funde con el privilegiado acto de vivir. Bajo esa premisa nos retiramos, dejando nuestras frágiles huellas como único testimonio de lo que eventualmente es un 1er ascenso absoluto. Paisajes estimulantes y poco explorados, ¿que más se puede pedir en fiestas patrias?