miércoles, 19 de mayo de 2010

Una aproximación a la “Escalada Tradicional”

Definitivamente el reencuentro con la montaña en el Pico 1798 detuvo la ansiedad momentáneamente, todo mientras el blanco manto de la nieve se deje caer sobre estos andes caprichosos. Ahora, nuestros esfuerzos se enfocan en prepararnos física y técnicamente de cara a los desafíos que nos hemos propuesto.


Mi romance con la roca responde a una historia corta y breve, que se inicio este verano con la práctica de la escalada deportiva en los alrededores de Coyhaique. Como buen aprendiz de deportiva, cada paso sobre la roca se convirtió en ganancia, el prerrequisito perfecto para comenzar a aventurarse en el complejo mundo de la escalada tradicional.


Superar un torreón, una arista o un paso de roca tiene un denominador común, “escalada tradicional”, una disciplina amplia, compleja y técnica, muy comprometida pero altamente obsesiva. Con los medios disponibles me embarque en un proceso de inducción de esta disciplina a cargo del escalador de acero, el “chaman zapata”, único sobreviviente del nunca bien ponderado y por nadie conocido club de montaña, “Cumbre o Muerte”.


Aprovechando el tiempo - tanto meteorológico como de reloj - de estos últimos fines de semana, inicié un aprendizaje gradual respecto del mundo de la escalada tradicional, considerando tips tales como equipo, emplazamientos, reuniones y otros, visitando diferentes lugares apropiados (o inapropiados) para este fin, algo así como granito taiwanés.


Me permití publicar en este tema un par de imágenes, que si bien se escapan al deporte propiamente tal, reflejan las características del entorno en que se desarrolla, y que por lo demás, constituye una motivación y un fin en si mismo.


lunes, 3 de mayo de 2010

Actualidad: Un dulce inicio de temporada

El verano estuvo orientado a la escalada deportiva, la pega, el carrete y los amigos, todo mientras la montaña esperaba pacientemente un reencuentro que por fin llegó. Iniciamos la temporada con el cerro P1798 IGM, ubicado en el portezuelo Ibáñez, otro innominado más de estas tierras que como es habitual en las montañas, nos ofreció varias sorpresas.

El domingo 2 de mayo iniciamos el viaje temprano rumbo al objetivo, mañana parcial y un día que prometía. A las 09:30 en la base y 15 minutos después ya estábamos remontando las primeras pendientes sobre un “bendito acarreo”. El primer tercio de la ruta se volvió extenuante, pero formaba parte del juego, de la aventura.

La placa principal de la montaña estuvo siempre sobre nuestras cabezas, intimidante, bella y poderosa, vigilando nuestros pasos que se esmeraban por no retroceder sobre las piedras, hasta que por fin llego la 1ra recompensa, un hermoso anfiteatro labrado con el talento de miles de años estaba frente a nuestros ojos, custodiando la base de la gran pared.

La ruta que habíamos visualizado hace más de 6 meses desde el vecino cerro 1920, transcurría por una canaleta a la derecha de la pared. Una vez en su entrada, progresamos algunos metros gateando peligrosamente hasta un sector de hielo verglas. Acá sacamos la cuerda, y luego de una escalada de 15 mts. aprox. sobre roca podrida, salimos a un hombro. En ese lugar nos dimos cuenta de que continuar por “nuestro” canalón era inviable.

Luego de deliberar por donde continuar, hidratamos, comimos algo y nos abrigamos para capear el frío y el viento que azotaban con fuerza. Decidimos rodear la montaña por el sur haciendo una travesía ascendente que hipotéticamente nos debería conducir a la base de las torres finales. El paisaje otoñal hablaba por si solo.

Llevábamos varias horas de actividad cuando las torres cumbreras estuvieron frente a nuestros ojos, grandes, espigadas y filosas, de apariencia infranqueable. Una escarchilla cubría toda la ladera sur, por lo que tuvimos que moderar nuestros pasos que se dirigían a la base de la torre principal.

Para nuestra suerte visualizamos un pequeño canalón que comunicaba con la cara norte – y seca de la montaña – a través de un diminuto portezuelo. Nos dirigimos hacia el raudos, prolongando el show de resbalones y demostraciones de “patético equilibrio”, hasta que por fin recibimos las caricias del ¡sol!

Definitivamente aquella cara de la torre principal era mas amable. Trepamos unos 10 mts. algo delicados y expuestos pero de buenos agarres hasta una pequeña terraza, lugar donde iniciamos la escalada. Aseguré a Daniel, quien primero realizó una travesía ascendente, y más tarde torció directo hacia la cumbre. Comenzaba a entrar nubosidad al valle.

Me calcé las zapatillas y grite ¡voy!, era mi turno. La escalada fue relativamente sencilla pero muy expuesta sobre roca dudosa, hasta que nos juntamos ambos en la reunión que estaba unos 5 metros por debajo de la cumbre. Pasé de primero en instale un friend en la misma cima, más tarde puse una anilla y aseguré a Daniel.

Mas de 5 horas y media de actividad obtenían su recompensa. En un ambiente frió y tenebroso, rodeado de agujas fantasmales y abismos sombríos, encontramos la satisfacción que buscábamos, en la cumbre del cerro 1798 IGM, una cota que en su aparente simplicidad guarda una aguda cumbre que se recorta contra el cielo.

Iniciamos el descenso. Rapel, desescaladas, patinaje sobre piedras escarchadas, acarreo, más acarreo y por fin en la carretera cuando caía la tarde. Atrás fueron quedando estas modestas alturas que se han transformado en el insumo ideal para las almas que buscan autoexiliarse de las urbes.

Como reflexión personal, demás esta decir que un reencuentro con la montaña siempre será positivo y estimulante. La parte física respondió y el trabajo de cordada mejorando cada día. Ojalá el destino pueda seguir dándonos la oportunidad de convertirnos en cómplices de estas montañas y podamos hacer de nuestros proyectos una realidad.

PD: En la cumbre no existia pirca ni ningun vestigio de visita anterior, tampoco algún cordín para rapel.