sábado, 21 de marzo de 2020

Actualidad: Desde la cuarentena para el mundo

Debo reconocerlo, la paz y tranquilidad que trae consigo un periodo de cuarentena motivo la creación de este artículo. El coronavirus fue el responsable de estas letras donde les contare un breve resumen de como he vivido esta temporada de verano, un verano que poco a poco se va desvaneciendo pero que ha dejado gratos y satisfactorios momentos, principalmente en el ámbito de la escalada deportiva. 


Como lo he desarrollado en algunos relatos, la escalada para mí siempre ha sido un hueso duro de roer, una disciplina a ratos ingrata - que no perdona – pero que permite dar rienda suelta a nuestro ser más terco, más cargante y persistente. Fue así como esta temporada cayeron algunos proyectos y nacieron otros, regalándome días memorables y otros para el olvido.


Como es habitual, visite los sectores cercanos a Coyhaique, Villa Cerro Castillo y Puerto Ibáñez, destacando Villa Jara por su cercanía y El Maitenal, por su estilo de escalada, tranquilidad y belleza. Otras opciones recurrentes fueron Lago Frio, Bajo Hondo, El Águila, Aeródromo y Chabela, donde siempre salieron buenos pegues y mejores historias.


Esta temporada, más que trabajar rutas, me dedique a consolidar mi grado. Escalar dieces no es gran cosa, pero cada cual con su propio Everest, lo importante fue que se disfrutó y mucho. Sin ir más lejos, pude encadenar algunas rutas que siempre me fueron esquivas, tales como “La Pana” (5.10d) y "La polola pelúa" (5.11b) en Maitenal y “Pa´ mi gente” (5.10d) en Lago Frío. Pequeños logros que me fueron dando confianza y motivación.


Pues bien, la guinda de la torta salió hace muy poco. Fue la única ruta que verdaderamente trabaje este verano, esfuerzo que tuvo sus frutos. “La vida en lolot”, un 5.11c de Maitenal me quitaba el sueño pegue tras pegue. La escalada me acomodaba, pasos largos, movimientos muy físicos y resistencia. Sentía que estaba a mi alcance, pero demoraba. Recién el sábado 14 de marzo pude llegar a sus cadenas de manera limpia, consiguiendo de esta manera el grado más duro que he encadenado. 


Otras escaladas que marcaron la temporada fue “Genocidio de Pimpinelas” (5.11b) en el Mackay y algunos pegues en las cercanías de Chaitén. Allá mismo, donde yo nací, donde yo viví. Fue muy grato poder escalar un par de vías de deportiva con vista al mar, y más tarde disfrutar de una hermosa ruta de tres largos en el sector del Puente Negro, a 8 kms. al sur de la localidad. La novedad ¡era granito! puro y duro.


"...la práctica del montañismo y la escalada ofrecen un espacio de encuentro entre la belleza y la delicadeza de la naturaleza junto a su aspecto duro y hostil. La escalada nos da la posibilidad de encontrar el balance entre la fuerza y la técnica, el equilibrio entre la exigencia del desafío y la simple entrega al momento presente" (G. Zavaschi).


Finalmente - y cambiando de tema - los quiero dejar con un párrafo que encarna lo que siento con respecto a los cobros desproporcionados en el Parque Nacional Cerro Castillo: El P. N. Cerro Castillo es fascinante y conmovedor, un placer para la conciencia estética, cuya puesta en valor tiene nombre y apellido: nuestros deportistas de montaña. Son ellos quienes han abordado silenciosamente el desafío de explorarlo, dibujar líneas en los flancos de sus montañas, trazar rutas en invierno y verano, con esquíes, con raquetas, con el corazón, para más tarde extenderle una invitación a los ciudadanos del mundo a través de sus imágenes y relatos. Pero, ¿Que les queda? ¿Cómo se les retribuye su aporte al desarrollo de esta tierra ignota?