Finalmente, mi relación con el
Cordón La Llave llegó a su epílogo de manera natural. Es un circulo que en mi foro más interno se
ha cerrado en la paz más absoluta, de forma caballerosa y honorable. Han sido
tres años de aventuras, rebotes, obstinación, pero por sobre todo de enormes
satisfacciones. Solo espero que el vértigo de sus rutas, la posibilidad de
nuevas aperturas y el embrujo de su belleza, abrace a las nuevas generaciones.
En este último viaje nos enfocamos en su cumbre norte (central) y el hermoso nevero superior que se
descuelga en su cara sur, queríamos abrir algo ahí, pero sabíamos que la clave estaría
en superar la zona inferior. Con un clima prometedor accedimos a sus blancas
laderas, para instalarnos en un vivac que siempre tuve en mente, “la bóveda”. Se
trata de un gran techo decorado con estalactitas, desde cuya altura y posición se tiene
una vista impagable, alcanzando su máxima expresión al atardecer.
El primer día exploramos algunas opciones de ingreso a la via, pero las pocas posibilidades de protección
(hielo delgado y roca sellada) no nos dejaron muy contentos. Sin embargo, revisando una fotografía, había
una alternativa que podría ser viable en el flanco izquierdo, por lo que deberíamos
probar suerte ahí. Con Duncan McDaniel, mi compañero en esta oportunidad,
preparamos todo y salimos a dar la pelea al amanecer, esperanzados.
Un canalón diagonal de fuerte
pendiente nos comenzaba a dar luces. Al parecer era por ahí. Aseguramos el
primer largo y rápidamente vino el segundo, siempre escalando en una especie de
travesía ascendente. Estaba ansioso por que mi compañero me confirmara que tenia
el nevero a la vista, hasta que lo hizo. Desde una reunión montada sobre la roca pudimos - por fin - contemplar tranquilos el nevero superior, ahí estaba, en todo su esplendor, inyectando energía y motivación a nuestras humanidades.
Fui por el tercer largo
progresando decididamente hacia la derecha. La pendiente no era excesivamente
fuerte, pero la exposición era alta y la nieve muy irregular. Nuevamente cambiamos
la punta y paso Duncan, que solía moverse muy cerca de las rocas para ver la
posibilidad de meter algún cacharro, usualmente sin mucho éxito. Nuevamente fue
mi turno, esta vez la escalada era fuerte y derecho sobre una pendiente que iba
en aumento. Para mi suerte pude meter algunos bichos, hasta aferrarme a la seguridad de los anclajes.
Lo estábamos disfrutando. El terreno
se dejaba escalar, la caída de material no era excesiva y el sol comenzaba a
calentarnos con sutileza. Sobre nuestras cabezas se intuía la salida que se
estrechaba en un canalón muy evidente y algo más vertical. Me tocó liderar los últimos
metros hasta una suerte de pequeño collao donde nos dimos un buen descanso, la
cara sur había quedado atrás y la tensión bajaba. A nuestras espaldas se divisaba la piramidal cumbre este, mientras que para la cima norte quedaba poco.
Tras 6 horas de escalada, y luego de remontar algunos neveros
y un par de gateos en roca lo conseguimos. ¡Cumbre! Por segunda vez me paraba
en lo alto de esta cima, habían pasado tres años desde aquella visita que había
quedado testimoniada con un cordín, el cual tuve la suerte de encontrar. Disfrutamos
la vista maravillosa, hidratamos, comimos algo y comenzamos a preparar el
descenso que haríamos por la vía “Libre y Salvaje pero Toxico”, una ruta que yo mismo había
abierto junto a Pablo Cid, y que sabia, solo requería dos rapeles de 60 metros.
Quiero agradecer a todas las
cordadas que se han sumado en el desafío de visitar y explorar esta comarca
montañosa: Javier Galilea, Raimundo Olivos, José Neira, Pablo Cid, Germán Villagrán,
Francisco Niedmann, Tobías Hellwig y Duncan McDaniel. Desde el año 2019, la energía y la pasión de
todos ellos ha sido fundamental para dar forma y fondo a un cordón montañoso
que nunca más volverá a ser el mismo, ¡gracias totales!