Debo reconocerlo, la paz y tranquilidad que trae consigo un periodo de cuarentena motivo la creación de este artículo. El coronavirus fue el responsable de estas letras donde les contare un breve resumen de como he vivido esta temporada de verano, un verano que poco a poco se va desvaneciendo pero que ha dejado gratos y satisfactorios momentos, principalmente en el ámbito de la escalada deportiva.
Como lo he desarrollado en
algunos relatos, la escalada para mí siempre ha sido un hueso duro de roer, una
disciplina a ratos ingrata - que no perdona – pero que permite dar rienda
suelta a nuestro ser más terco, más cargante y persistente. Fue así como esta
temporada cayeron algunos proyectos y nacieron otros, regalándome días
memorables y otros para el olvido.
Como es habitual, visite los
sectores cercanos a Coyhaique, Villa Cerro Castillo y Puerto Ibáñez, destacando
Villa Jara por su cercanía y El Maitenal, por su estilo de escalada, tranquilidad
y belleza. Otras opciones recurrentes fueron Lago Frio, Bajo Hondo, El Águila,
Aeródromo y Chabela, donde siempre salieron buenos pegues y mejores historias.
Esta temporada, más que trabajar
rutas, me dedique a consolidar mi grado. Escalar dieces no es gran cosa, pero
cada cual con su propio Everest, lo importante fue que se disfrutó y mucho. Sin
ir más lejos, pude encadenar algunas rutas que siempre me fueron esquivas,
tales como “La Pana” (5.10d) y "La polola pelúa" (5.11b) en Maitenal y “Pa´ mi gente” (5.10d) en Lago Frío.
Pequeños logros que me fueron dando confianza y motivación.
Pues bien, la guinda de la torta salió
hace muy poco. Fue la única ruta que verdaderamente trabaje este verano, esfuerzo
que tuvo sus frutos. “La vida en lolot”, un 5.11c de Maitenal me quitaba el
sueño pegue tras pegue. La escalada me acomodaba, pasos largos, movimientos muy
físicos y resistencia. Sentía que estaba a mi alcance, pero demoraba. Recién el
sábado 14 de marzo pude llegar a sus cadenas de manera limpia, consiguiendo de
esta manera el grado más duro que he encadenado.
Otras escaladas que marcaron la
temporada fue “Genocidio de Pimpinelas” (5.11b) en el Mackay y algunos pegues
en las cercanías de Chaitén. Allá mismo, donde yo nací, donde yo viví. Fue muy
grato poder escalar un par de vías de deportiva con vista al mar, y más tarde
disfrutar de una hermosa ruta de tres largos en el sector del Puente Negro, a 8
kms. al sur de la localidad. La novedad ¡era granito! puro y duro.
"...la práctica del
montañismo y la escalada ofrecen un espacio de encuentro entre la belleza y la
delicadeza de la naturaleza junto a su aspecto duro y hostil. La escalada nos
da la posibilidad de encontrar el balance entre la fuerza y la técnica, el
equilibrio entre la exigencia del desafío y la simple entrega al momento
presente" (G. Zavaschi).
Finalmente - y cambiando de tema
- los quiero dejar con un párrafo que encarna lo que siento con respecto a los
cobros desproporcionados en el Parque Nacional Cerro Castillo: El P. N. Cerro Castillo es
fascinante y conmovedor, un placer para la conciencia estética, cuya puesta en
valor tiene nombre y apellido: nuestros deportistas de montaña. Son ellos
quienes han abordado silenciosamente el desafío de explorarlo, dibujar líneas
en los flancos de sus montañas, trazar rutas en invierno y verano, con esquíes,
con raquetas, con el corazón, para más tarde extenderle una invitación a los
ciudadanos del mundo a través de sus imágenes y relatos. Pero, ¿Que les queda?
¿Cómo se les retribuye su aporte al desarrollo de esta tierra ignota?
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