martes, 5 de diciembre de 2017

¡Apertura de la cara sureste del Cordón Cristal!

En septiembre del 2016 alcanzamos la cumbre de este coloso por primera vez en la historia. Abrimos ruta por un lindo canalón de orientación noroeste entrando por el valle del río Miller Ver relato aquí. Sin embargo, al observar desde lo alto del filo cumbrero su glaciada y atractiva cara sureste, supe que volvería por más. Esta vez entraría por el lago General Carrera, caminando desde el mítico Puerto Cristal.


Con Javier Galilea, amigo y cordada con quien había dado la pelea en cerros como el Picacho y Punta Yamakawa, estábamos evaluando opciones para aprovechar una buena ventana. Que sí, que no, que se cae todo, que está muy seco, etc. “¡Wn! vamos a darle un pegue a la sureste del Cordón Cristal (2.400), el glaciar debería estar digno y la ruta que propongo se ve increíblemente atractiva”.


El miércoles 29 comenzó la aventura. Aquel día viajamos a Puerto Sánchez y el jueves nos embarcamos a Puerto Cristal, donde arribamos a las 10.30 am. Día hermoso y lago calmo, un lujo. El antiguo pueblo minero lucia místico y fantasmal, rebosante de una historia que se respiraba en el aire. Afinamos los últimos detalles y nos dispusimos a iniciar la marcha.


Sendero, bosque, río, acarreo y cada vez estábamos más cerca. El calor y los tábanos no mermaban nuestro ánimo, por lo que nos movíamos constantes y a buen ritmo. Un poco antes de alcanzar el final del valle por fin vimos el objetivo con claridad. “Esta linda, linda esta”, exclamó Javier, quién no se equivocaba. Atrás quedaban 5 horas de intensa marcha cuando alcanzamos el lugar del vivac a 1.250 mts.


Iniciamos el ataque a las 03.30 am. Noche calma, frío moderado y sin viento, perfecto. Los crampones mordían bien la nieve dura y progresamos sin prisa pero sin pausa hasta el pie de la vía. Nos equipamos con las primeras luces del amanecer e iniciamos la escalada. Javier comenzó con el primer largo que ofrecía hielo duro y unos 60º de pendiente. La concentración y el disfrute se apoderaron de nosotros.


Tomé la punta y escalé hasta una rimaya que ofrecía buenos puentes. Javier fue por el 3er largo, deteniéndose en la base del crux de la vía. Se trataba de la pared frontal de un glaciar que taponeaba la ruta. Analizamos el mejor itinerario para afrontarla, decidiendo ir por la izquierda, donde el hielo se percibía más uniforme y la caída de material era menor.


Encabece este 4to largo que estuvo duro pero disfrutón. Fueron 50 mts. de cuerda hasta que monté la reunión con los últimos 2 tornillos que me quedaban (llevábamos 8). Aseguré a Javier y un poco más tarde estábamos los 2 en la seguridad del anclaje, satisfechos, comentando el bonito largo que ofreció algún tramo a 80º sobre hielo cristal. Experimentábamos el gusto de sentirnos vivos.


El inicio de lo que venía no era trivial, hielo “frappé” a 70º los primeros metros y luego nieve dura hasta la reunión, lo más complejo había quedado atrás. A esas alturas la mañana se había desatado y el sol brillaba en lo alto. La vía se mantenía sostenida pero cómoda, permitiéndonos abrirnos paso sobre aquel desconocido escenario que tantas veces soñé con los ojos abiertos, y que ahora teníamos bajo nuestros pies.


Aseguramos hasta el séptimo largo, de ahí en adelante progresamos en simultáneo durante unos 100 mts., devorando una pendiente de 50º que significaba el término de las dificultades (de subida). A las 11:00 am. alcanzamos el mismo lugar donde había estado hace poco más de un año, aquel punto donde mi imaginación soñó una escalada que en ese mismo instante estaba concretando.  
  

Más tarde vino el último tramo que transcurrió sobre acarreo y algo de filo, siempre rodeados de un paisaje andino sin igual, de esos que nos inyectan una mezcla de emoción y ansiedad. A las 11:45 gritamos ¡cumbre!, buen trabajo, abrazos, fotos y para abajo. El descenso no fue simple, nos costó pillar una línea de rapeles a lo largo del filo, y cuando la encontramos se nos trabó la cuerda en dos de los 3 rapeles que hicimos. Estuvimos en el vivac a la 18.00 pm., deseosos por tomar unos mates y engullir pan con queso.


A modo de resumen. Hicimos el segundo ascenso absoluto de la montaña y abrimos una nueva ruta por su cara sureste (600mts./D/AI3/60º). La actividad nos tomó 5 días desde Coyhaique (con algo de suerte se podría acortar a 3 o 4) y fue necesario contratar el servicio de una embarcación. Queda mucho por abrir y hacer en aquel maravilloso lugar.  

sábado, 18 de noviembre de 2017

¡Fuimos por más! Nueva cumbre en el valle de Las Gemelas

Entre “pegues” de deportiva y algo de bicicleta, sentía que la hora de retornar a la montaña había llegado. Desde hace algún tiempo venia amasando la idea de hacer un ataque rápido, en el día, un “car to car” que significara un aporreo digno, y cuyo objetivo nos dejara plenos y satisfechos, al menos por un tiempo. Pero ¿qué montaña – atractiva y/o desconocida - me podría ofrecer un desafío con estas características?


Hace dos meses subimos el cerro Cuatro Puntas Relato del ascenso al Cuatro Puntas, constatando la presencia de una atractiva vecina. Se trataba de una montaña que superaba los 2000 mts., en cuya cara sur se intuía algún tramo de escalada y unas empinadas ramplas nevadas en su tercio superior. Esto, sumado a la nula información deportiva con la que contábamos fue escusa suficiente para poner nuestra motivación en modo ON, y darle con todo. 


Con Tobias Hellwig – mi cordada en esta ocasión y autor de algunas de las fotografías de este relato - pasamos la noche en las cercanías de Villa Cerro Castillo y partimos rumbo al cerro en plena madrugada. Eran las 04:45 am. cuando abandonamos el vehículo, nos aventuramos en el bosque y alcanzamos el canalón de acceso. Acompañados de un hermoso amanecer ganamos altura rápidamente, alcanzando los 1.700 mts. del plateau que separa ambas cumbres (Cuatro Puntas y esta desconocida) a las 09:15 am.


Hicimos una buena parada en el corazón de este hermoso escenario montañoso, evaluamos las condiciones de nuestro objetivo y continuamos rumbo a su base motivados. La nieve estaba en muy buen estado, el día era prometedor y el entorno hablaba por si solo, un lujo a escasas horas de la “civilización”. Nos detuvimos en una pequeña repisa para definir la ruta que intentaríamos y nos equipamos.


Resolvimos ir por un canalón de 40 mts. de mixto donde predominaba el hielo. Para variar nuestro rack era “Polaco Style”, solo 3 tornillos de hielo, 5 friends de la vieja escuela y un set de stoppers. Escalé los primeros metros protegiendo en roca, hasta que me tocó superar unos 5 mts. de hielo a 80º donde amé los tornillos. Un poco más arriba - cuando llevábamos unos 25 mts.- monté una reunión para recuperar el equipo. El segundo “micro largo” fue de 15 mts., en los cuales coloque un tornillo y un friend antes de armar la reunión con una estaca al inicio del nevero. ¡Habíamos salido!


El nevero que fue necesario abordar debía andar por los 45º, pero era bastante expuesto y sostenido. Aprovechamos las dos estacas con las que contábamos para hacer dos largos de 60 mts. c/u, lo que nos dio paso al aéreo filo cumbrero. Unos metros hacia el Este se levantaba la menuda cumbre, nos observaba desde su enigmática soledad, vaticinando las intenciones de aquellos dos intrusos que emergían desde lo más profundo del valle. 


Habían pasado 8 horas y ½ desde aquel primer paso con rumbo al cielo, con rumbo a la celosa  intimidad de una cumbre que ahora nos sonreía. Fuimos testigos del despertar del valle, de la radiante luminosidad que envuelve la montaña por la mañana y de la impagable vista sobre un territorio que conmueve por su belleza. Felices, nos dimos un breve descanso para más tarde comenzar el largo descenso.  Arribamos al vehículo con 12 horas de actividad en el cuerpo, cansados y doloridos, pero infinitamente satisfechos.


PD: La cartografía de este sector es difusa, tanto en lo referido a alturas como a nombres de estas montañas. En cuanto a la historia deportiva del cerro que protagoniza el relato, se desconocen ascensos anteriores al nuestro. Se agradece cualquier información.  

viernes, 13 de octubre de 2017

El sueño de una pirámide: ¡1ra absoluta a la Punta Miller!

Una hermosa montaña venia llamando mi atención desde el 2013, año en el que me interné por primera vez en el valle del río Miller. Ya habíamos cosechado una potente ruta en el cerro Hama y la cumbre del Cordón Cristal, pero desde luego, las posibilidades de conocer y explorar son inagotables en estas latitudes. Soñando con su esbelta silueta y su cima de algodón, esta vez apostamos por la Punta Miller (1.930 mts.), emplazada en la cabecera del valle homónimo.


Mi cordada en esta oportunidad fue César Ibáñez (kikito), un gran amigo con el cual ya había compartido otras lindas montañas de los Andes (Tocllaraju, Vallunaraju, Yannapaccha, Marmolejo, Retumbadero Alto y Diente del Diablo). El primer día viajamos desde Coyhaique hasta el Miller y posteriormente nos internamos durante 2 y ½ horas por el valle, avanzando preciosos 6 km. a través del bosque. Montamos nuestro C1, comimos y al sobre.   


El segundo día el clima amaneció bastante amenazante, pero había trabajo por hacer. A eso de las 10:30 iniciamos la marcha en dirección al objetivo, para lo cual nos aprovechamos de algunos senderillos y del “olfato” rastreador. Luego de algunas horas apareció la nieve blanda y más tarde comenzó a nevar, pero el “meteo” indicaba que la tarde traería algo de sol y cielos azules. Finalmente, luego de 3 y ½ horas alcanzábamos nuestro C2 sobre el límite de la vegetación, a 1.100 mts., en la base del macizo.


Por la tarde decidimos explorar la vertiente oeste y norte, con la idea de visualizar el canalón que habíamos estudiado a través de fotografías. Para nuestra tranquilidad, la línea se convertía en un hecho real y concreto, estaba ahí, frente a nuestros ojos, luciendo un delicado y angosto velo blanco que remataba en la misma cumbre. Retornamos al campamento contentos y animados, disfrutando del paisaje y las montañas adyacentes.


Prácticamente no dormí. A las 03:30 desperté a Cesar y comenzamos con las maniobras. Algo de té, mate, pampitas y nos pusimos en movimiento a las 05:15. Al cabo de 1 y ½ hora estuvimos a pie de vía. Nos equipamos e iniciamos nuestro camino al cielo. Los primeros 60 metros fueron los más verticales, unos 55 o 60 grados sobre nieve dura. Más arriba soltaba y se mantenía constante. Luego del primer tercio hicimos la primera parada.


La pendiente no excedía los 45 grados, pero no existían descansos y algunos tramos se presentaban bastante expuestos. El estilo de escalada fue el mismo de principio a fin, simultáneo, metiendo algún seguro principalmente en roca. El escenario que nos rodeaba se mostraba increíblemente bello, de naturaleza pura y solitaria, prácticamente sin viento y frío moderado, lo estábamos disfrutando a concho.


Luego de casi 5 horas de ascensión la salida estaba cerca. Frondosas coliflores de hielo tapizaban cualquier indicio de roca, solo nuestra presencia irrumpía en aquel blanco inmaculado que nos abrazaba en lo más profundo de la montaña. El final del canalón llegó de manera abrupta, de golpe, dejando bajo nuestros pies 420 mts. de esfuerzo, aventuras y sueños.


Eran las 10:45 cuando pisamos la estética y diminuta cumbre de la Punta Miller. Su estructura aérea y delicada nos obligó a movernos con extrema cautela, todo para dar paso al merecido a abrazo cumbrero. Felices, disfrutamos del enorme panorama que nos regalaba este rincón de Patagonia. El San Valentín, las Torres del Avellano, Glaciares y paredes embrujadas eran devoradas por nuestra vista. “La cumbre de la montaña, el trueno del cielo, el ritmo del mar, me hablan…Y mi corazón se eleva”.   


El descenso lo realizamos por la cara este y sur, haciendo una auténtica travesía de la montaña. Aquel mismo día descendimos hasta el C1, donde llegamos destrozados pero con la satisfacción a flor de piel. El cuarto día abandonamos el valle en absoluta calma, en paz, agradeciendo la oportunidad que nos había brindado el destino. Una desconocida montaña en el sur del país había pasado a formar parte de nuestra historia, de nuestras vidas.    


PD: El nombre de la montaña es una propuesta, ya que no figura ninguna denominación en la cartografía disponible. En cuanto a su primer ascenso absoluto, se desconocen ascensos anteriores al detallado. Se agradece cualquier información relativa al mismo.      

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Actualidad Dieciochera: La lección del Cº Cuatro Puntas

Los atributos que otorgamos a las montañas están en estricta sintonía con nuestra percepción, sensibilidad y subjetividad. En este sentido, el deseo por ascenderlas se arraiga en un oculto anhelo que va tomando forma con el paso del tiempo, con su descubrimiento y puesta en valor, un valor situado no en los números, sino más bien en un plano energético.


Con la visita de mi amigo y cordada, Guido Paredes, solo quedaba armar las mochilas y partir. La idea era buscar un objetivo para calentar motores, algo “tranqui” para poner a prueba la recuperación de algunas lesiones, y desde luego, que despertara nuestra curiosidad. Fue así como partimos rumbo al cerro Cuatro Puntas (1.950 mts. aprox.), una montaña de la cual se sabía poco y nada. 


Esta mole se eleva sobre la confluencia de los ríos Ibáñez y Manso, al oeste de cerro Castillo, y cuya base los lugareños denominan "El desparramado”. No fue difícil acceder hasta este solitario lugar, y más tarde internarnos en una quebrada que habíamos “papeado” vía el bendito Google Earth. Un senderito por aquí, una quebrada por allá, bósques, matorrales, nieve y cada vez estábamos más cerca.


Fueron 4 horas y 40 minutos de marcha hasta el lugar donde establecimos el campamento, en la base de un espolón rocoso que nos protegería de eventuales avalanchas. Una hora nos tomó montar nuestro hogar, sobre una trabajada terraza a 1.250 mts., y cuya vista hacia el valle del río Ibáñez era muy potente. Hidratamos, comimos y nos fuimos al sobre en una noche calma y poco fría.


A las 05:35 am. iniciamos el ataque a cumbre. Descubrir este lugar – del cual no encontramos ninguna referencia – nos entregó una sensación impagable. Ganamos altura rápidamente sobre un enorme canalón surcado por solidas paredes de granito y algunas cascadas de hielo. Primero alcanzamos un gran “plateau” y posteriormente la ladera norte del macizo, donde nos pilló un amanecer que tiño todo de naranjo.  
   

Cuando pensábamos que casi llegábamos a la cima remontando algunos gateos ¡sorpresa!, la cumbre principal se elevaba fantasmalmente hacia el sur, ofreciéndonos un desafío vertical. Una cuerda doble (para uso en simple), cuatro cintas express, un juego de stoppers y solo cuatro friends viejos y carreteados constituían todo nuestro equipo de roca, sumado a que deberíamos escalar con zapatos de montaña y guantes, esto debido al frío y a la fina capa de escarcha que cubría la pared. ¿Qué hacer? ¡vamos!    


Lejos de ser unos caperuzos para la escalada tradicional, abordamos estos 45 metros poniendo ñeque y huevos. Primero fui yo, encarando algún paso de 5.10a y claro, su buen A0. Luego fue el turno de Guido, que a su paso superó una corta chimenea (yo no entre y tuve que ir por fuera…plop!) y algunas placas, ganando metros valiosos hasta muy cerca de la arista cumbrera donde monto la reunión.


Con la cima al alcance de la mano inicié una corta pero aérea travesía ascendente hacia la derecha, terminando en la mismísima arista cumbrera. Nuestros escasos seguros me obligaron a sacudir el ingenio, y mas temprano que tarde monté una reunión a base de stoppers. Desde luego, el panorama era soberbio y vertiginoso, un clásico de los andes patagónicos.   


Definitivamente, "una cumbre es más cielo que tierra”. Si bien no pudimos pararnos sobre el gendarme más alto - que lucía sellado, improtegible y sin posibilidades de descuelgue - ahí estábamos los dos, sentados sobre la arista, coqueteando con el abismo, aferrados al insondable valor de la cuerda y la amistad, incómodos pero felices.


El descenso trajo consigo dos rapeles, mucha hambre y frío, pero pronto nos pudimos recuperar. Retornamos sobre nuestros pasos con cautela, satisfechos, dispuestos a pasar una nueva noche en la montaña, ya que pronto se escondería el sol y no había apuro alguno, la lección del Cº Cuatro Puntas había sido estudiada y aprendida.