lunes, 28 de enero de 2013

Portezuelo Queulat ¡14 horas non-stop!

Desde hace un par de meses que tenía la inquietud de realizar alguna actividad en el norte de la región,  específicamente en el sector del portezuelo Queulat (sonido de cascadas), proyecto que fue tomando forma luego de conversar con mi amigo Eduardo Jara, con quien compartíamos la idea de visitar un pequeño valle glacial, ascendiendo la cota más alta del sector. El plan, hacerlo en el día, rápido y liviano.


A las 05.30 am. del sábado 26 emprendimos el viaje animados. La primera parada la realizamos en Villa Amengual, donde adquirimos - en una casa particular - el preciado “oro blanco” (papel higiénico), que para variar habíamos olvidado. Cuando promediábamos las 3 horas de viaje detuvimos el motor frente al acceso que habíamos visualizado por google earth. No era lo que esperábamos, pero como dice el viejo dicho, “es lo que hay”.


Primero atravesamos un denso bosque y más tarde algo de acarreo, subiendo siempre junto al curso de un río que cada vez se tornaba más vertiginoso. El avance era bueno, sin embargo, comenzamos a movernos en un terreno delicado. Fuerte pendiente, lajas resbaladizas y  ninguna protección. ¡Vamos que se puede! La hermosa vista ya comenzaba a hacer de las suyas.


Entre “apreté y apreté” alcanzamos una lengüeta de nieve que sabíamos, seria nuestro pasaporte a la meseta superior. Así, ascendimos sobre terreno aceptable y pendiente moderada (45°) para finalizar sobre una banda rocosa y plana donde nos pudimos dar un buen descanso. Mientras, frente a nosotros se mostraba en toda su dimensión una atractiva masa de hielo coronada por nuestro objetivo al fondo. Estábamos contentos. 


La forma más “sana” de bajar al glaciar era recorriendo un filo de roca que se proyectaba hacia el oeste y más tarde conectar con una evidente rampla de nieve. Paso a paso fuimos realizando este trayecto que ofrecía una vista fabulosa, dejando ver una infinidad de cordones montañosos y sistemas glaciares. Se trataba de mi primera incursión montañera en el norte de la región, y la estaba disfrutando a concho.   


Luego de una pequeña parada y algunas fotos descendimos al glaciar (el lugar me recordó mucho al cráter de Sollipulli), iniciando la travesía rápidamente en dirección suroeste. Por lo parejo del terreno habíamos decidido encordarnos un poco antes de iniciar el ascenso, en una pequeña falla que existía sobre el hielo, lugar donde nos dimos un buen descanso cuando ya sumábamos cerca de 6 horas de actividad. 


Encordados, reiniciamos la marcha justo cuando el clima comenzaba a hacer de las suyas, limitando un poco la visibilidad. La meteorología algo nos había anunciado sobre esto, pero confiábamos en que no pasaría a mayores. A buen ritmo nos dirigimos al pie de la montaña con la intención de ascender lo más directo posible.


Comenzamos a remontar el enorme y agrietado domo cumbrero, esquivando grandes y profundas grietas, algunas de las cuales se extendían por 80 o 100 metros de largo. A esas alturas el agotamiento ya era evidente, pero las ganas podían más, aun cuando el reloj comenzaba a jugar en nuestra contra y la nubosidad transformaba el escenario en un peligroso white-out.     


Finalmente, cuando el cronómetro marcaba 7 horas y ½ de actividad, la pendiente comenzó a ceder, permitiéndonos distinguir un pequeño montículo de roca que indicaba la cumbre. A las 16.15 pm. nos dábamos el abrazo cumbrero a 1740 mts. (según GPS), cansados pero infinitamente satisfechos. No había rastro alguno de visitas anteriores, por lo que dejamos un cordín como testimonio (con el paso de los días corroboré que el 1er ascenso corresponde a Claudio Hopperdietzel).   


Con el sabor de la tarea cumplida iniciamos el descenso sobre nuestras huellas, las cuales serían claves para encontrar el camino de regreso en el domo somital. Recién a eso de las 22.30 pm., luego de intensas horas de caminata y 5 rapeles, alcanzamos la seguridad del vehículo. Habían sido casi 14 horas de actividad non-stop, todo un lujo donde nos dimos la libertad de imaginar, creer y concretar. 

martes, 1 de enero de 2013

Actualidad: Los Secretos de la Punta Rincón

¿Existirá una mejor forma de despedir el año? Y claro, lo hicimos en la montaña, paraje al cual regrese luego de varias semanas de inactividad, consecuencia del caprichoso clima patagónico. Me podrán decir fanático u obsesivo porque volví a la Cordillera Emperador Guillermo, decisión cuyo origen para mi es claro, aun quedan montañas por explorar.


El acercamiento no incluyo novedades, fuera de este particular cruce de río, el cual le dejo un lindo recuerdo a mi cordada (Lalo Jara) en su pantalón. Bosque, morrena y finalmente nuestro objetivo al fondo del valle, cuya denominación apunta a su emplazamiento, Punta Rincón (1.915 mts.). Lo divise con detalle la ocasión en que ascendimos el C° Azul, y ahora íbamos por él.


Obvio, el clima estaba amenazante, tanto que fue muy poco lo que pudimos observar de nuestro objetivo, pero las ganas no decaían. Levantamos nuestro campamento bajo una suave llovizna, y mas tarde recorrimos un poco el sector que resguarda una hermosa y solitaria laguna a unos 1.100 mts. de altura. Finalmente hidratar, comer y al sobre.


A las 05:40 nos pusimos en marcha. El cielo estaba amenazante, pero la lluvia aun no se derrumbaba sobre nosotros. El frío no era un factor, pero la humedad se encargaba de helarnos hasta los huesos, mientras subíamos por un enorme canalón de nieve que a ratos se volvía muy profunda. La pendiente promediaba los 40°, nosotros subíamos cómodamente con piolet y sin crampones.


Cuándo llevábamos poco mas de 2 horas de marcha, finalmente alcanzábamos el primer gran hito de la ruta, un expuesto collao donde cedía la pendiente, dando paso a la vertiente oeste de la montaña. En este lugar nos dimos un descanso, justo cuando la “maldad” ya estaba sobre nosotros dejándonos sin visibilidad, amedrentándonos con una lluvia suave que a ratos se convertía en plumilla.


La intuición nos obligaba a girar hacia el sur (izquierda), obligándonos a transitar por un expuesto y aéreo pasaje de piedras resbaladizas que denominamos “El paso de los gatos”, haciendo honor a los regalones de la casa. La ruta prosiguió con una traverse ascendente, siempre en dirección a las torres que coronaban lo mas alto de la montaña. Estábamos cerca.


Paso tras paso arribamos al hombro norte, una suerte de resalte compuesto de grandes piedras cubiertas por escarcha y algunos neveros, lugar desde donde pudimos divisar el último tramo hacia la cumbre. Superamos palas de nieve y gateos sobre roca descompuesta hasta la antecumbre, justo cuando el clima daba atisbos de  darnos una tregua. Al cabo de unos minutos entendimos que solo se burlaba de nosotros.


La marcha se detuvo bajo el murallón de roca que defiende la cumbre. Nos equipamos y preparamos la escalada, la que si bien era corta (7 mts. aprox.), debía realizarse sobre roca descompuesta (5.7), mojada, con hielo y zapatos de montaña. Respire profundo e inicie la faena que termino bajo el pequeño pero expuesto torreón (2 mts.) cumbrero. Ahí nos juntamos.


Decidimos asegurar este ultimo escollo en honor a lo aéreo de la cumbre y previendo una bajada mas cómoda. 4 ½  horas después de haber abandonado la carpa nos paramos sobre la diminuta cima, felices a pesar del mal clima reinante. El GPS marcaba 1.915 mts. No había rastro alguno de visitas anteriores.


A las 10:45 iniciamos el retorno, dejando una anilla y un maillon como testimonio de nuestra visita. Arribamos al campamento pasado el medio día, con tiempo suficiente para celebrar con un rico chocolate caliente y reiniciar la marcha hasta el vehiculo y posteriormente a Coyhaique. El ultimo día del año había sido lo que esperábamos, ¡Gracias Emperador!.