Aprovechando un viaje programado a Santiago por asuntos laborales, me coordine con unos amigos y me fui al “norte” esperando tener la posibilidad de reencontrarme con los andes centrales, y así fue. Hacia algunos años que había visto el Retumbadero Alto (4.000 mts.) con ojos de enamorado y esta era mi oportunidad. La Ruta, el Canalón de los Españoles, una línea con cierto compromiso que resulto ser muy entretenida.
El clima del fin
de semana no auguraba mucho, sin embargo, eso no derrumbaba nuestras ilusiones,
había que ir e intentarlo. A las 11 am. comenzábamos
a remontar las primeras pendientes que nos daban acceso al Cajón de lo Valdés,
trayecto tranquilo que en 4 horas nos dejo en el pequeño refugio ubicado a los
pies del cerro Vega. Nuestras intenciones de vivaquear se quedaban en la
planificación.
A las 04 am. las
linternas frontales iniciaban su ardua labor iluminando con esfuerzo el oscuro cajón.
Caminamos a buen ritmo sobre la nieve dura en silencio, cada uno conectado con
lo mas intimo de sí mismo - pensando quizá - en lo que nos depararía aquella
anhelada jornada de montaña.
Con las primeras
luces del alba iniciamos el ascenso del canalón. La esbelta y sostenida línea
de nieve dura nos obligaba a concéntranos al máximo, todo mientras la pendiente
se tornaba más pronunciada, alcanzando los 50° grados de inclinación. Un cielo
grisáceo nos vigilaba desde lo alto, amenazando con derrumbarse sobre nosotros
en cualquier momento.
A las 08 am.
estábamos en el último tramo de la canaleta, una sección de nieve blanda pero
de mayor pendiente (hasta 60°), en cuyo extremo superior reina una cornisa
grosera que no te quita la mirada en ningún momento. Sin aflojar, y luego de un
breve descanso, comenzó la lucha por ganar esos últimos metros. Siempre
desencordados, alcanzamos el muro de roca que nos sacaría del canalón.
Hasta este punto
nos acompañaría uno de los 3 miembros de la cordada (Cesar), quien víctima del
agotamiento estimo que no estaba en condiciones para abordar la última parte. A
esas alturas el clima ya hacía de las suyas, dejando caer sobre nosotros una
suave nevada que en vez de complicar las cosas, contribuía a realzar aun mas
aquél escenario maravilloso, digno de nuestros más avezados sueños de
montañistas.
Respire profundo
y me abalancé sobre la pared de roca descompuesta que si bien, no presenta
grandes dificultades, es altamente expuesta y se desmorona con solo tocarla,
transformando los seguros en algo mas decorativo que utilitario. Con más de
algún susto salí al filo cumbrero, desde donde asegure al “negro”. Eran poco
mas de las 09 am. y la “maldad” iba ganando protagonismo con rapidez.
Entre rachas de
viento y nevadas comenzaba la escalada del último picacho, un 5.7 con roca algo
más digna que la del paredón anterior. Escale con zapatos de montaña y las
manos descubiertas, sintiendo literalmente en carne y hueso, el rigor de estas
latitudes. A las 10 am. nos dábamos el abrazo cumbrero en lo más alto de
Retumbadero, palpando en su máxima expresión el pulso de la montaña. Gracias a
dios, gracias a la vida por esto.
El descenso
llego más temprano que tarde. Rapelamos los sectores de roca y desescalamos el canalón
en su totalidad. A eso de las 13 pm. alcanzamos el refugio, donde luego de
disfrutar de un merecido chocolate caliente, continuamos rumbo a Baños Morales.
"El montañismo ha rescatado mi vida de las garras
de una existencia burguesa, mediocre o insignificante, o todo ello a la vez.
Aunque haya quién piense que sólo somos niños malcriados de una sociedad
decadente, yo no lo creo así, y sólo espero el momento de subir bien alto para
mirar una vez más con infinita libertad dentro de mí, y para robarles energía a
estas montañas sin par que me alimentan y enriquecen cada vez más. Esta vida,
que yo mismo he elegido, me llena profundamente" (Iñaki Ochoa).
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