Con 9 días de vacaciones
dieciocheras por delante iniciamos nuestro viaje con rumbo sur. Habíamos
planificado un viaje principalmente por el sur de Argentina, visitando
localidades que tanto para mí como para mi pareja (Marcela) eran desconocidas,
lugares donde la inmensidad de la pampa se funde en un eterno abrazo con el
estilizado perfil del granito patagónico. En nuestro segundo día de viaje ya estábamos
en El Chaltén.
Finalmente estaban frente a
nuestros ojos algunas de las montañas más respetadas y asediadas de Patagonia.
El Fitz Roy y el cerro Torre lucían su imponente fisonomía elevándose con delicadeza
sobre las demás agujas del cordón, todo un espectáculo que se mezcla con el
silencio y la tranquilidad que solo pueden ofrecer estas latitudes.
A pesar de nuestro poco tiempo
decidimos realizar el trekking a la laguna Torre, sendero de unas tres horas de
duración, capaz de movilizar hasta el más sedentario. A poco andar el cerro
Solo ya comenzaba a aventurarnos parte de lo que estábamos por ver, coqueteando con la particular belleza de sus laderas, un tanto opacada por el protagonismo de
sus vecinos.
Finalmente el bosque quedaba atrás
dando paso a la morrena del mítico cerro Torre, una aguja de dimensiones
notables, en cuyas paredes se han tejido míticas historias y aventuras. Con sus
poco mas de 3 mil metros, el Torre quita el aliento, y nos llama a comprender
la obsesión que han tenido algunos de los más grandes montañistas de la
historia. Un placer estar ahí.
Aquel día estuvo radiante,
perfecto, sin nubes en el horizonte. Un aire fresco nos invadió, permitiéndonos
palpar cada molécula contenida en el ambiente y recoger las sensaciones más
puras e inhóspitas que emanaban de estas montañas sin par. El cordón Adela también
decía presente, mientras el sol iluminaba sus perfectas líneas de carácter alpino,
todo un espectáculo.
Nuestras vacaciones continuaron
viajando por lugares inmensamente atractivos, como lo son El Calafate y Puerto
Natales, pero ¿cómo recorrer el extremo sur sin visitar las Torres del Paine? imposible.
Primero tuvimos un encuentro cara a cara con el famoso Milodón, todo para más
tarde disfrutar de la bienvenida que nos daba el Paine Grande. Su aspecto
infranqueable me hizo recordar el 1er ascenso invernal de la montaña realizado
por chilenos el año pasado.
Más adelante vinieron los Cuernos
del Paine y el cerro Almirante Nieto, macizos imponentes que nos llamaban a
realizar un trekking o un ascenso que sé, tarde o temprano llegara. Aquella fue
la tónica del camino, una sorpresa tras otra, los caprichos de una de las naturalezas
más hostiles del mundo estaban ahí, frente a nuestra diminuta mirada que no
alcanzaba abrazar la grandiosidad de aquel espacio.
El fin del camino llegó con una última
mirada a las Torres del Paine, un clásico de la escalada en roca, cuyo granito
se ha convertido en un apetecido manjar por escaladores del mundo entero. Todo
se había conjugado en un maravilloso viaje que más tarde nos llevaría a otros
destinos, tales como Punta Arenas y Comodoro Rivadavia.
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