Tarde o temprano llegaría la hora de armar la mochila y
partir rumbo a la montaña. Ganas, ansiedad, necesidad, la esclavitud del miedo,
no lo sé, pero había sed de frio y soledad, de inmensidad y desafío. A ello se
suma el hecho de poner a prueba una lesión muscular en las pantorrillas que me
ha hecho la vida imposible durante los últimos meses. Pero en fin, no llorare lastima e iré al grano.
Esta vez con nuevos compañeros (Simio y Tobías), pusimos nuestra
mirada en una laguna y sus montañas aledañas. Se emplaza al interior del lago
Lapparent, camino a las Torres del Avellano. Un lugar lejano pero
increíblemente bello y lleno de sorpresas, un rincón prístino y salvaje que nos
demandó casi 4 horas de conducción desde Coyhaique antes de comenzar la marcha.
Con nieve a ratos hasta la rodilla, caminamos por 10 largos
kilómetros, sumergidos en la estrechez de un valle de altura que promediaba los
1000 mts. Mi inactividad había mermado mi ritmo, pero de igual manera “aperre”
con mis compañeros. A eso de las 16:00hrs. y luego de 4 horas de arduo caminar,
arribamos a la intrigante laguna, la que de acuerdo a datos de lugareños
llamarían “La plaza”.
Sin un objetivo muy claro nos levantamos a las 06:00hrs. Un
buen desayuno y salimos a explorar la zona que comenzaba a despertar. Claro,
estaba frío, pero eso no importo mucho. Rodeamos la laguna y comenzamos a
remontar una suave morrena mientras evaluábamos futuros ascensos a las montañas
cercanas. Ascendimos hasta los 1500mts. sobre la nieve en muy malas condiciones, buscando tener una
buena panorámica del sector, y lo logramos.
El siguiente paso fue descender hasta el glaciar que esconde
el lugar. Una hermosa y amigable masa de hielo de cómodo acceso. Aprovechamos
de usar los juguetes sobre el frio elemento, corroborando lo duro de su
composición. Un hielo posiblemente muy viejo, azulado, casi sin oxígeno y
extremadamente duro, además de quebradizo. Pero qué más da, estábamos en la
intimidad más ignota de esta naturaleza salvaje, y lo apreciábamos como
tal.
Nuestro viaje exprés de dos días nos obligó a retornar al
campamento relativamente temprano. Hidratamos, comimos e iniciamos la larga
marcha hasta la camioneta, esta vez con la ventaja de la huella hecha.
Demoramos 3 horas y ½, arribando a la seguridad del vehículo a oscuras. Más
tarde vino el retorno a la “civilización”, dejando atrás un excelente primer
contacto con el invierno patagónico, empapándonos de un lugar donde escasamente pegaba el sol.
PD: La información disponible/pública de esta zona es casi
inexistente. Los lugareños ayudan un poco, sumado a los datos que puede entregar
alguno de los escasos deportistas que ha estado en el sector. Se sabe que NOLS
visita la zona cada cierto tiempo, pero al parecer sus cursos de No Deje Rastro
también consideran no dejar información.
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