Después de nuestra incursión en
el valle del Miller queríamos hacer algo más tranquilo y relajado, pero que
guardara las interrogantes respecto de su ruta y dificultades. Hace un tiempo
venia averiguando acerca del cerro Catedral 2.050mts. "del Toqui" como le
llamo yo, para no confundirlo con otros recintos sagrados. Como era de
esperarse no obtuve información (mucho misticismo, purismo y demases en esta
zona), algo que no detuvo nuestros planes.
El Catedral es una montaña limítrofe
- lo que aumenta su simbolismo – emplazada al norte de la mina El Toqui, para allá
partimos. Dejamos el vehículo en un campo que se ubica a sus pies, a unos cómodos
850mts. Más tarde vino lo típico, algo de pampa, bosque, ríos, neveros y
finalmente su evidente filo sur, donde montamos nuestro campamento a unos 1.400mts.
Como estaba pronosticado tuvimos algo
de lluvia y viento en la tarde y la madrugada, lo cual no nos desanimó.
Partimos a las 06:00 a la cumbre con condiciones inestables y poca visibilidad,
pero teníamos la esperanza de que mejorara. Por el este comenzaba a salir el
sol, incendiando una línea diminuta en el horizonte.
La ruta fue bastante lógica por su filo, algo
de acarreo suelto, neveros (max. 45º), pasadas de roca con escarcha y algunos filos aéreos y expuestos que aportaban con su cuota de adrenalina. Había que moverse con cuidado, pero de igual
manera progresábamos rápido y animados, doblegando el frío y el viento que se
esmeraba en maltratarnos. No aflojamos.
Estábamos a casi 2000mts. pero
aun no distinguíamos la cumbre, hasta que un pequeño claro de sol nos mostró el
espolón rocoso que guardaba celosamente la cima. Lo rodeamos por el este e
iniciamos un gateo a través de roca muy fracturada y resbaladiza que nos
condujo directo a lo más alto de este caprichoso coloso "internacional".
A las 09:00 am. y a solo 3 horas
de haber abandonado la carpa, finalmente estuvimos en la cima, parados sobre
una pequeña pirca elaborada por visitantes anteriores (posiblemente
argentinos). Disfrutamos del momento y de la vista que nos ofrecían pequeños
claros entre las nubes. Estuvimos ahí por casi 45 minutos, recargándonos de esa energía que solo habita en las cumbres.
Como era de esperarse, durante el
descenso el día comenzó a ofrecer su mejor cara, limpiando el cielo de nubes y
alejando el mal tiempo. Fue cuando pudimos apreciar la cordillera y los lagos
circundantes que alimentaban un paisaje único e inigualable. Más tarde
alcanzamos el campamento, luego el vehículo y por la tarde Coyhaique, donde
celebramos la actividad con un buen vaso de cerveza artesanal.
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