¿Existirá una mejor forma de despedir el año? Y claro, lo hicimos en la montaña, paraje al cual regrese luego de varias semanas de inactividad, consecuencia del caprichoso clima patagónico. Me podrán decir fanático u obsesivo porque volví a la Cordillera Emperador Guillermo, decisión cuyo origen para mi es claro, aun quedan montañas por explorar.
El acercamiento no incluyo novedades, fuera de este particular cruce de río,
el cual le dejo un lindo recuerdo a mi cordada (Lalo Jara) en su pantalón.
Bosque, morrena y finalmente nuestro objetivo al fondo del valle, cuya
denominación apunta a su emplazamiento, Punta Rincón (1.915 mts.). Lo divise
con detalle la ocasión en que ascendimos el C° Azul, y ahora íbamos por él.
Obvio, el clima estaba amenazante, tanto que fue muy poco lo que pudimos
observar de nuestro objetivo, pero las ganas no decaían. Levantamos nuestro
campamento bajo una suave llovizna, y mas tarde recorrimos un poco el sector
que resguarda una hermosa y solitaria laguna a unos 1.100 mts. de altura.
Finalmente hidratar, comer y al sobre.
A las 05:40 nos pusimos en marcha. El cielo estaba amenazante, pero la
lluvia aun no se derrumbaba sobre nosotros. El frío no era un factor, pero la
humedad se encargaba de helarnos hasta los huesos, mientras subíamos por un
enorme canalón de nieve que a ratos se volvía muy profunda. La pendiente
promediaba los 40°, nosotros subíamos cómodamente con piolet y sin crampones.
Cuándo llevábamos poco mas de 2 horas de marcha, finalmente alcanzábamos
el primer gran hito de la ruta, un expuesto collao donde cedía la pendiente,
dando paso a la vertiente oeste de la montaña. En este lugar nos dimos un descanso,
justo cuando la “maldad” ya estaba sobre nosotros dejándonos sin visibilidad, amedrentándonos
con una lluvia suave que a ratos se convertía en plumilla.
La intuición nos obligaba a girar hacia el sur (izquierda), obligándonos
a transitar por un expuesto y aéreo pasaje de piedras resbaladizas que
denominamos “El paso de los gatos”, haciendo honor a los regalones de la casa.
La ruta prosiguió con una traverse ascendente, siempre en dirección a las
torres que coronaban lo mas alto de la montaña. Estábamos cerca.
Paso tras paso arribamos al hombro norte, una suerte de resalte
compuesto de grandes piedras cubiertas por escarcha y algunos neveros, lugar
desde donde pudimos divisar el último tramo hacia la cumbre. Superamos palas de
nieve y gateos sobre roca descompuesta hasta la antecumbre, justo cuando el
clima daba atisbos de darnos una tregua.
Al cabo de unos minutos entendimos que solo se burlaba de nosotros.
La marcha se detuvo bajo el murallón de roca que defiende la cumbre. Nos
equipamos y preparamos la escalada, la que si bien era corta (7 mts. aprox.), debía
realizarse sobre roca descompuesta (5.7), mojada, con hielo y zapatos de
montaña. Respire profundo e inicie la faena que termino bajo el pequeño pero
expuesto torreón (2 mts.) cumbrero. Ahí nos juntamos.
Decidimos asegurar este ultimo escollo en honor a lo aéreo de la cumbre
y previendo una bajada mas cómoda. 4 ½
horas después de haber abandonado la carpa nos paramos sobre la diminuta
cima, felices a pesar del mal clima reinante. El GPS marcaba 1.915 mts. No había
rastro alguno de visitas anteriores.
A las 10:45 iniciamos el retorno, dejando una anilla y un maillon como
testimonio de nuestra visita. Arribamos al campamento pasado el medio día, con
tiempo suficiente para celebrar con un rico chocolate caliente y reiniciar la
marcha hasta el vehiculo y posteriormente a Coyhaique. El ultimo día del año había
sido lo que esperábamos, ¡Gracias Emperador!.
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