Hace 10 años me vine a vivir de forma definitiva a Patagonia. Más allá de las motivaciones laborales, familiares y/o sentimentales, fue la montaña mi principal agente movilizador. Tener la oportunidad de descubrir desde lo deportivo me llenaba de ilusión, anhelo que con el paso de los años fue tomando fuerza, forma y resultados. En este sentido, el relato que describo a continuación es un ejemplo humilde y sencillo de estos “actos creadores” que se consuman en el lecho de la montaña.
Luego de abrir
“El camino del guerrero” en una cordillera cercana a la laguna Pedro Aguirre
Cerda, volví. El buen acceso y las atractivas posibilidades de plasmar nuevas
líneas en sus flancos me reencontró con ese lugar muy pronto. Esta vez con mi
amigo Pablo Cid iniciamos esta aventura con un plan bien definido, cuyo
objetivo era abrir una vía que prometía en la segunda altura máxima que emana
de este cordón.
Salimos de
Coyhaique a las 05:00 am. para a eso de las 07:30 iniciar la marcha hacia nuestro
objetivo. La nieve estaba más profunda que en el pegue anterior, pero nuestras
ganas pudieron más. El clima tampoco era de los mejores, pero se podía
progresar e incluso a ratos intuir la presencia del sol. Recién a eso de las
11:00 estuvimos a pie de vía. Nos equipamos y comenzamos a progresar
desencordados, superando un pequeño tapón de nieve dura y hielo a 50° y más
tarde una pendiente sostenida de 40°.
A mitad de la vía
vino un tramo de mixto más vertical (hasta 70°), lugar donde montamos la
primera reunión. Lidere este largo feliz y motivado para 55 metros más tarde
asegurar a Pablo desde una reunión ecualizada con un stopper y un friend. Sobre
nuestras cabezas ya se intuía la salida que se dejaba ver misteriosa entre
nubes y coliflores de hielo frágil. Pablo fue por los siguientes 50 metros,
penetrando un vistoso canalón helado salpicado de blancos y azules.
Desde este punto
solo 10 metros nos separaban de la arista de cumbre. Era un tramo muy vertical
(hasta 80°) de nieve y hielo improtegible, por lo que la limpieza era la única
opción, buscando alguna falla en la roca que nos permitiese poner al menos un
seguro salvador. ¡Bingo! un 0.4 nos dio la garantía necesaria para seguir con
nuestro objetivo intacto. Escale hasta la arista y asegure a mi compañero,
reuniéndonos ambos a metros de la anhelada y diminuta cima.
Con un fuerte viento
y nieve polvo azotando nuestras mejillas, nos dábamos el abrazo cumbrero siete horas después de haber dejado atrás la seguridad del vehículo. La montaña nos
había mostrado el camino y más tarde los secretos que guardaba el inmaculado hongo de su cumbre.
Disfrutamos durante algunos minutos de aquel prístino espectáculo a 1.600 mts.
de altura, felices y agradecidos.
El descenso casi
no tubo pausas. Hicimos dos rapeles, desescalamos y finalmente caminamos hasta
el vehículo, donde arribamos a las 17:30, completando 10 horas de actividad
non-stop. Habíamos abierto “Libre y salvaje pero tóxico” (AD/250mts/70°). "Si
lloras por no haber visto el sol, las lágrimas te impedirán ver las
estrellas".