El primer
proyecto de la temporada salió más temprano que tarde. Aprovechando la ventana
climática del fin de semana me trasladé hasta una pequeña y desconocida comarca
montañosa al norte de Villa Mañihuales, un sector que había llamado mi atención
cuando ascendí la cumbre norte del cordón Pedregoso hace casi un año.
Luego de estudiar y analizar las posibilidades, finalmente estuve a sus pies y
claramente no me defraudo.
En esta
oportunidad fuimos cuatro los montañeros que conformamos el grupo, dividiéndonos
en dos cordadas. Un fabuloso camino de acceso nos dejó muy cerca del
campamento, por lo que la caminata fue corta y pudimos aprovechar la luz del
día para evaluar vías, condiciones e instalar con comodidad nuestro hotel mil estrellas esperando que llegara la madrugada. ¡Que pedazo de cerros teníamos
frente a nosotros!
A las 04:00 am.
sonó el despertador y a las 05:30 iniciábamos la marcha. En esta oportunidad
fue Javier Galilea mi cordada, compañero de varias aventuras con quien me
siento muy a gusto en la montaña. Nieve dura y luna llena amenizaron nuestros
pasos hasta llegar al pie de la vía elegida, aun en la oscuridad de la noche.
Cuanta ansiedad y cuanta gratitud por volver impregnarme de esas frías
madrugadas en el lecho de la montaña.
Luego de escalar
unos 40 metros sin cuerda armamos la primera reunión sobre roca. Inicié la faena con las primeras luces del amanecer, ganando metros valiosos en la
intimidad de un angosto canalón vestido de invierno. Nieve dura y unos 55° de
pendiente, nada de viento y bastante frío, pero yo apenas lo percibía. Todo fue
pensar, sentir y disfrutar de aquel camino lleno de incertidumbre con rumbo al
cielo.
Nos alternamos
los largos que resultaron ser muy “disfrutones”. Alguna estaca por aquí, algún
seguro de roca por allá y la ruta iba tomando forma. Javier se dio el lujo de
utilizar sus clavos en un par de oportunidades, situación que de alguna manera
nos remontaba a los orígenes y al romanticismo del montañismo clásico. ¡Hay que
reivindicar el uso del clavo! comentábamos entre risas y “retazos” de
seriedad.
En los últimos
dos largos la pendiente llego a unos 65°. El panorama era soberbio. La ruta se
estaba dejando escalar y nosotros no disimulábamos nuestra alegría. El canalón
llego a su fin bajo unas enormes y amenazantes cornisas, por lo que había que
salir de ahí pronto. Luego de una travesía a la derecha y una escalada corta,
alcanzamos una gran meseta que conducía a la cumbre. A las 12:00 estuvimos en el
punto más alto del coloso, luego de 6 horas y 30 minutos de esfuerzo
ininterrumpido. El altímetro marcaba 1.640 mts.
El descenso nos tomó poco tiempo. Bajamos por una ladera caminable, por lo que nuestro arribo al
campamento fue rápido. Allá nos reunimos con la otra cordada que también
celebraba luego de abrirse paso por una ruta paralela. En conclusión, un fin de
semana redondo, un doble primer ascenso invernal, dos nuevas vías - “Pepito paga doble” (D/300mts/70º/M4) y “El camino del guerrero” (D-/400mts/65º) - y ningún percance que lamentar.
"La más pura de las experiencias de escalada existe en un ámbito que está más allá de cualquier forma de comunicación. Es una historia que jamás podrá ser contada" (Kurtyka).
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