domingo, 13 de septiembre de 2015

Actualidad: Un buen día en el Cerro Sombrero (2.100 mts.)

Hace tiempo que no cubría 1.700 mts. de desnivel en el día, hasta que llegó el reto del “sombrero”. Ubicada al sur del lago Elizalde, esta atractiva y poco visitada montaña posee una vista impresionante desde su diminuta y estilizada cumbre, donde además, resaltan algunas cimas menores que durante el invierno se visten de una celestial capa de hielo y nieve, dándole un carácter un tanto irreal a este paisaje.


Es lo que me “excita” de Patagonia, encontrar un escenario montañoso digno de nuestros sueños más ambiciosos, a solo un par de horas de caminata. Eran las 08:20 cuando estuvimos en movimiento, iniciando la aproximación a tan solo 400 mts. de altitud. Superamos algo de bosque, acarreo y finalmente estuvimos en un evidente canalón cubierto de nieve, el cual asciende directo hasta el filo superior de la montaña.


En tan solo 4 horas de marcha alcanzamos la puerta de entrada a este paraíso. El sol iluminaba con fuerza desde lo alto, irrumpiendo en la intimidad invernal de la montaña. El frío e irregulares rachas de viento también nos acompañaban, hablándonos de un terreno donde la soledad se funde permanentemente con la hostilidad de los ambientes montañosos de Patagonia.


Nos repusimos con algo de jugo isotónico y pampitas para continuar en dirección a la cumbre. Siempre sobre nieve aceptable nos montamos en un gran filo salpicado de torres y protuberancias cubiertas de hielo frágil. Avanzamos constantes, luchando por ganar metros y evitar que la sensación térmica – bajísima- nos pasara la cuenta. En poco tiempo divisamos la cumbre principal, envuelta en los misterios propios de estas moles andinas.


Pablo - mi cordada - seguía las pisadas con que fui decorando la ruta hasta la ventosa cima, lugar donde me detuve 5 horas y 10 minutos después de haber iniciado la actividad, estaba en lo más alto del Sombrero, a unos 2.100 mts. de altura. El abrazo cumbrero llegó más temprano que tarde, dejándonos con una grata sensación de satisfacción, de pasajera saciedad.


Regresamos sobre nuestros pasos con cautela, sintiendo el viento en la cara y el crujido de la nieve dura bajo nuestros pies. Nos alimentamos de pensamientos y sueños, de la libertad sin precedentes que emana de la inmensidad. A las 16:30 estábamos en el jeep, agotados pero felices, con el recuerdo fresco de un generoso día de montaña.     


"Quizá sea verdad que ningún amor deja tanta huella como el primero, pero estoy seguro de que no hay montaña tan hermosa en tu memoria como aquella que te hizo ver que el mundo no es redondo como te enseñaban en la escuela, sino infinito y eterno y hay que salir a cubrirlo de besos y abrazarlo" (Iñaki Ochoa).

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