Los atributos que otorgamos a las montañas están en estricta sintonía
con nuestra percepción, sensibilidad y subjetividad. En este
sentido, el deseo por ascenderlas se arraiga en un oculto anhelo que va tomando
forma con el paso del tiempo, con su descubrimiento y puesta en valor, un valor situado no en los números, sino más bien en un plano energético.
Con la visita de mi amigo y cordada, Guido Paredes, solo
quedaba armar las mochilas y partir. La idea era buscar un objetivo para
calentar motores, algo “tranqui” para poner a prueba la recuperación de algunas
lesiones, y desde luego, que despertara nuestra curiosidad. Fue así como
partimos rumbo al cerro Cuatro Puntas (1.950 mts. aprox.), una montaña de la cual se sabía poco y
nada.
Esta mole se eleva sobre la confluencia de los ríos Ibáñez y
Manso, al oeste de cerro Castillo, y cuya base los lugareños denominan "El desparramado”.
No fue difícil acceder hasta este solitario lugar, y más tarde internarnos en
una quebrada que habíamos “papeado” vía el bendito Google Earth. Un senderito
por aquí, una quebrada por allá, bósques, matorrales, nieve y cada vez estábamos
más cerca.
Fueron 4 horas y 40 minutos de marcha hasta el lugar donde
establecimos el campamento, en la base de un espolón rocoso que nos protegería
de eventuales avalanchas. Una hora nos tomó montar nuestro hogar, sobre una
trabajada terraza a 1.250 mts., y cuya vista hacia el valle del río Ibáñez era muy potente. Hidratamos, comimos y nos fuimos al sobre en una noche calma y poco fría.
A las 05:35 am. iniciamos el ataque a cumbre. Descubrir este
lugar – del cual no encontramos ninguna referencia – nos entregó una sensación impagable.
Ganamos altura rápidamente sobre un enorme canalón surcado por solidas paredes
de granito y algunas cascadas de hielo. Primero alcanzamos un gran “plateau” y
posteriormente la ladera norte del macizo, donde nos pilló un amanecer que tiño
todo de naranjo.
Cuando pensábamos que casi llegábamos a la cima remontando
algunos gateos ¡sorpresa!, la cumbre principal se elevaba fantasmalmente hacia
el sur, ofreciéndonos un desafío vertical. Una cuerda doble (para uso en simple),
cuatro cintas express, un juego de stoppers y solo cuatro friends viejos y
carreteados constituían todo nuestro equipo de roca, sumado a que deberíamos escalar
con zapatos de montaña y guantes, esto debido al frío y a la fina capa de escarcha
que cubría la pared. ¿Qué hacer? ¡vamos!
Lejos de ser unos caperuzos para la escalada tradicional,
abordamos estos 45 metros poniendo ñeque y huevos. Primero fui yo, encarando algún
paso de 5.10a y claro, su buen A0. Luego fue el turno de Guido, que a su paso
superó una corta chimenea (yo no entre y tuve que ir por fuera…plop!) y algunas
placas, ganando metros valiosos hasta muy cerca de la arista cumbrera donde
monto la reunión.
Con la cima al alcance de la mano inicié una corta pero aérea
travesía ascendente hacia la derecha, terminando en la mismísima arista cumbrera. Nuestros escasos seguros me obligaron a sacudir el ingenio, y mas temprano que tarde monté una reunión a base de stoppers. Desde luego, el panorama era soberbio y vertiginoso, un clásico de los andes patagónicos.
Definitivamente, "una cumbre es más cielo que tierra”. Si bien no pudimos pararnos sobre el gendarme más alto - que lucía sellado, improtegible y sin posibilidades de descuelgue - ahí estábamos los dos, sentados sobre la arista, coqueteando con el abismo, aferrados al insondable valor de la cuerda y la amistad, incómodos pero felices.
El descenso trajo consigo dos rapeles, mucha hambre y frío,
pero pronto nos pudimos recuperar. Retornamos sobre nuestros pasos con cautela,
satisfechos, dispuestos a pasar una nueva noche en la montaña, ya que pronto se
escondería el sol y no había apuro alguno, la lección del Cº Cuatro Puntas había
sido estudiada y aprendida.
1 comentario:
Siempre es un gusto leer tus hazañas, felicitaciones por andanzas en las alturas, un abrazo!
Publicar un comentario