martes, 14 de junio de 2011

Parte II: De Patagonia a los Andes Peruanos

Después del Vallunaraju nos permitimos un breve tiempo de recuperación y armamos las mochilas nuevamente. Nos dirigimos al nevado Yanapaccha 5.460 mts., ligeramente más bajo, pero técnicamente más complejo, puesto que ofrece un glaciar muy agrietado y algunas ramplas de nieve/hielo que alcanzan los 60 grados de inclinación. Fueron 3 horas de viaje hasta el inicio de la caminata.

En poco más de 2 horas accedimos al bello campo base del nevado. Ubicado junto a una misteriosa laguna, este lugar posee una vista fantástica de clásicas y complejas montañas peruanas, como son el Chacraraju y los Huandoy. El clima no prometía mucho, pero el ánimo no decaía, por lo que nos fuimos a acostar con la esperanza de acometer el ataque de cumbre al día siguiente. Como dijo un amigo por ahí: “La montaña en si no parecía imposible, el desafío era ir, luchar y dejarlo todo sin pedir nada a cambio”.

Salimos alrededor de las 04 am. El clima estaba amenazante, pero no constituía una escusa para renunciar. Salimos de la morrena y nos montamos al glaciar. Con pasos algo expuestos entre las grietas comenzamos a ganar altura poco a poco, mientras las nubes iban y venían a nuestro alrededor, como recordándonos que no estábamos solos, por lo que teníamos que movernos con prudencia.

En medio de la vía, justo donde la ruta aumenta de pendiente, nos sorprendió una pequeña nevada, pero algo nos decía que sí era posible continuar. Con condiciones que me recordaron mucho a mi querida Patagonia, ascendimos hasta una gran rimaya transversal donde sería necesario pasar de la técnica de progresión en glaciar a la de escalada en nieve/hielo.

Con todo listo y dispuesto iniciamos la escalada de la rampla que promediaba los 60 grados de pendiente. La estacas funcionaban bien y la confianza estaba al nivel de las circunstancias, sin embargo, la altura también hacia de las suyas, mermando un poco nuestra capacidad física y la resistencia de nuestros músculos. En esos momentos se me venía a la cabeza aquellos días de entrenamiento y gimnasio, cuando su importancia parecía prescindible.


Superada la rampla alcanzamos el filo norte de la montaña, todo mientras el clima exhibía un bello espectáculo de sombras, luces y colores que serpenteaban por las caprichosas formas heladas de la montaña, un escenario digno de aquellos que con una cuota de más o menos locura, se han decidió a romper con la inercia para ver qué es lo que habita en los cielos y las cumbres.

¡Se me olvidaba!, compartimos el ascenso – juntos pero no revueltos – con otra cordada, ella era chilena y él canadiense. Si bien venían un poco más atrás, los esperamos para abordar el último tramo que consistía en un expuesto pero inolvidable filo salpicado de aristas, abismos, grietas y uno que otro paso de escalada. A esas alturas ya promediábamos las 6 horas de actividad, pero la meta estaba cerca.

A escasos 20 metros de la cima decidimos montar una cuerda fija por la fuerte pendiente y algunas grietas “ocultas” que se presentaban algo endebles y amenazantes. Fuí de primero y progrese lentamente sobre los últimos metros de la montaña hasta detenerme en su diminuta cumbre exhausto pero infinitamente felíz. Lo mismo hicieron mis amigos minutos después, satisfechos y emocionados de la labor realizada hasta ese inolvidable momento.


Abrazos, fotos, reflexiones y había llegado la hora de descender. Entre claros de cielo azul y las “benditas” nubes comenzamos a bajar, primero fue el filo y más tarde la inclinada rampla donde montamos 2 rapeles de 60 mts. cada uno. La cumbre del hermoso Yanapaccha (“catarata en cerro negro”) comenzaba a quedar atrás, lejos, arriba, dominando el horizonte, actuando como un testigo mudo de nuestros más íntimos anhelos y sueños consumados. Continuará…


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