

Fue un largo trayecto hasta la base de nuestra montaña. Nieve blanda, avalanchas cayendo muy cerca de nosotros y un sol que comenzaba a calentar sin censura nos pusieron a prueba, pero no cedimos. La vista cada vez más sobrecogedora fue un aliciente para alcanzar la base de la enorme mole de roca que movilizaba nuestros sueños.
Nos equipamos y abordamos un estrecho canalón que nos dejo en las primeras ramplas de nieve. El terreno estaba pésimo, nieve “tipo azúcar” se abalanzaba pendiente abajo borrando cualquier indicio de nuestras huellas, la pendiente promediaba los 50° grados y todo se volvía inestable, había que luchar por el objetivo.
Luego de evaluar nuestras posibilidades, ¡¡sorpresa!! decidimos continuar, “veamos que pasa un poco mas arriba” propuse, dispuesto a dar la pelea. Ascendimos directo por una rampla angosta, arribando a unos roqueríos donde aseguramos el primer tramo de la ruta. Todo se volvió muy expuesto.
Ascendimos una rampla de nieve algo mas contundente y tuvimos por fin vista a lo que quedaba de la ruta, unos 130 metros de un aéreo filo acornizado, donde las inestables rocas se convirtieron en el único lugar seguro para progresar. Avanzamos asegurados, haciendo 2 largos de cuerda hasta la base del diminuto torreón final.
Trepamos los últimos metros con mucho cuidado y extendimos los brazos al cielo en señal de victoria, luego de 6 horas estábamos en la cima de la montaña que bautizamos como Punta “El Olvido”, no había rastro alguno de visitas anteriores. Disfrutamos del momento como tantos otros que nos regala la cordillera, un triunfo sobre nosotros mismos.



Aliviados en la base continuó el descenso hasta el campamento, eternos pasos sobre nieve onda, caída de material, rodeo de lagunas de origen glacial, cruce de ríos y por fin en el campamento. Ese mismo día bajamos hasta Coyhaique, con la satisfacción de la tarea cumplida. La Punta El Olvido había salido del anonimato.
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